Probablemente
lo que más diferencie a la Química de otras ciencias sea la visión dinámica de
la Naturaleza que la Química proporcionó desde sus más remotos orígenes [J. Schummer,
Stud. Hist. Phil. Sci. 34 (2003) 705–736]. Sin embargo, parece que en el
subconsciente colectivo está arraigada la idea no científica de una Naturaleza
estática. Así, la Química, con su capacidad de transformar la “sustancia” y la
“esencia” de las cosas, es frecuentemente vista como “antinatural”. No hay más
que fijarse en la publicidad de hoy en día que nos vende productos “sin químicos”.
Por el contrario, nadie sugeriría
ninguna dicotomía entre “físico” y “natural”, “geológico” y “natural”, y mucho
menos entre “biológico” y “natural”.
En
las visiones arcaicas del mundo, toda la Naturaleza fue creada tal y como es
vista en el presente, y los intentos por “transformar la sustancia de las cosas”
podían ser catalogados como actos diabólicos. En el libro de Enoc, que
pertenece a la cultura hebrea probablemente del siglo segundo a.C., y que no es
reconocido por casi ninguna Iglesia cristiana, se presenta claramente a la Metalurgia
como de origen diabólico. Es fácil entender la impresión que debía producir desde los inicios de la Era de los Metales la transformación de unas piedras azuladas (sulfato de cobre) en cobre metálico.
Se
suele asignar a San Alberto Magno (1193-1280) la idea de que la capacidad
transformadora de la Química imita a la Naturaleza y así es la más importante
de todas las ciencias, llegando éste a decir en su libro Liber mineralium que “in arte
alchimiae . . . quae inter omnes artes maxime naturam imitatur”. Existe
bastante consenso acerca de que Alberto Magno fue el que rescató el concepto de
átomo propuesto por el filósofo griego Demócrito en el siglo IV a.C y que Alberto
Magno asoció con el “minima naturalis”. Podemos considerar a Alberto Magno aún como
alquimista.
Sabemos
que Isaac Newton realizó números experimentos alquimistas y que poseía una extensa
biblioteca alquimista, pero prefirió mantener básicamente en secreto sus
estudios en este campo, probablemente por la mala fama que tenía la alquimia en
su época.
El
nacimiento de la Química como ciencia moderna tuvo lugar en la segunda mitad
del siglo XVIII, con los primeros estudios sistemáticos de Lavoisier (1743‑1794).
Tras la introducción de la balanza por Lavoisier y la ley de las combinaciones por
Bertholet (1748‑1822), se desarrollaron rápidamente las bases de la Química. A
pesar de ello, algunos pensadores de la época dudaban de las posibilidades de
esta rama de la ciencia. Entre estos detractores cabe destacar al filósofo
Immanuel Kant (1724‑1822), quien en 1786 era de la opinión de que la Química “No es más que un arte sistemático o una
doctrina experimental, pero nunca se convertirá en una verdadera ciencia,
porque sus principios son puramente empíricos y no permiten una representación
a priori de la percepción”.
El
padre de la química moderna, Lavosier, fue guillotinado por los revolucionarios
franceses, aunque principalmente por ser recaudador de impuestos. El presidente
del tribunal que lo juzgó, pronunció la famosa frase “la República no precisa
ni científicos ni químicos”.
Actualmente las ciencias pueden estar implicadas en controversias éticas, medioambientales y de todo tipo, que estarían fuera del objetivo de este blog. ¿Pero hay algo más en la Química que no se plantea en otros ciencias y que pueda afectar a la esencia de las creencias religiosas? La respuesta a esta pregunta puede ser afirmativa. De nuevo, como antaño, la manipulación de la naturaleza de la materia nos plantea temores. Probablemente las máximas objeciones estén ahora en la aplicación de la Química a la Biología.
Hay quien piensa que la creación de “vida artificial”
partiendo de sustancias químicas está cerca. Sólo plantear esta posibilidad
sitúa de nuevo a la Química en el centro del debate religioso y filosófico,
distinguiéndose de otras ciencias como ha estado desde hace más de dos
milenios. Los biólogos moleculares operan habitualmente con diversas sustancias presentes en los seres vivos. Pero transportar biomoléculas
de un ser vivo a otro no es crear vida artificial, sino manipulación o transformación de seres
vivos previamente existentes. De momento, ni sabemos muy bien qué es la vida, ni tampoco sabemos cómo
lo puramente químico se puede convertir en biológico. Personalmente, me inclino
a pensar que es imposible crear vida
artificialmente partiendo de materia inerte y, tal vez, la ley de la Naturaleza que justifique esta afirmación aún esté
por descubrir. De la misma forma que el principio de incertidumbre de Heisenberg reveló el límite a la Física para conocer el mundo subatómico con precisión, sospecho que el límite insuperable de la ciencia Química es la formación de vida.







