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¿MILAGRO?


Diferentes religiones mencionan “milagros”. Pero, ¿qué significa la palabra “milagro”? Veamos varias definiciones.

·         Según la RAE: Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino. Suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa.

·         Según San Agustín de Hipona: lo que, siendo arduo e insólito, parece rebasar las esperanzas posibles y la capacidad del que lo contempla.

·         Según Santo Tomás de Aquino: algo hecho por Dios más allá de las causas conocidas por los hombres.

·         Origen etimológico: del latín miraculum, y del verbo mirari, que significa «admirarse» o «contemplar con admiración, con asombro o con estupefacción». Los latinos llamaban miraculum a aquellas cosas prodigiosas que escapaban a su entendimiento, como los eclipses, las estaciones del año y las tempestades. ​ A raíz de esto, milagro también puede referirse a un  suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa, sin implicar fuerzas divinas.

Por tanto, la palabra “milagro” la podemos entender en dos sentidos: (1) un suceso que acontece por intervención divina, o (2) algo que parece raro o inusual. Está bastante claro que cuando en religión se habla de un milagro, se refiere al primer caso, a la intervención divina.

La cuestión que cabe ahora formularse es la siguiente: ¿cómo sabemos que un suceso se debe inequívocamente a la intervención divina? Lo que en tiempos pasados pudiera parecer inexplicable, posteriormente se podría explicar por las leyes de la naturaleza. Por ejemplo, el movimiento de los planetas y la luna, que se puede explicar por las leyes de la física clásica. Por tanto, uno podría argumentar que cualquier acontecimiento que tentativamente pudiera catalogarse de milagro, sólo lo sería así por falta de conocimiento científico, y uno nunca podría estar seguro de que algo se deba a la intervención divina.

Pues bien, todo el argumento anterior se basa en una falacia, aunque muy extendida. Estrictamente hablando, la ciencia no “explica” realmente la naturaleza, sino que sólo “describe” su comportamiento. De la descripción del comportamiento de la naturaleza, surgen los enunciados que llamamos “leyes de la naturaleza”. El progreso de la ciencia implica que nuestra descripción de la naturaleza sea cada vez mejor y más precisa. Si la descripción se hace mediante matemáticas, entonces es más rigurosa. Para que la ley que formulemos sea realmente válida, debe poder aplicarse para hacer predicciones que sean comprobables empíricamente mediante observaciones que llamamos “experimentos científicos”. Pero no nos engañemos, pues ahí se acaba el alcance de la ciencia. Una cosa es describir mediante una ecuación el comportamiento de la naturaleza, y otra cosa muy distinta es comprenderlo realmente y justificarlo sin intervención divina. Por ejemplo, uno de los mayores logros del intelecto humano es el concepto de “energía”, el cual nos sirve para describir el comportamiento de muchos sistemas y procesos, pero realmente nadie tiene ni idea de qué es realmente esa cosa que llamamos energía.

Por tanto, yo diría que, ya que no podemos “comprender” por qué suceden las cosas en este mundo, entonces debemos tener la suficiente humildad para aceptar que suceden por intervención divina. Por ejemplo, que el sol “salga” cada mañana, se describe mediante leyes físicas, pero se explica por intervención de Dios. Es decir, nada es explicable por sí sólo y todo es un milagro de Dios. La existencia del universo y la materia es un milagro. La estructura de los átomos, con electrones que caen atraídos por el núcleo es un milagro. El origen de la vida es un milagro. La conciencia humana es un milagro. La concepción de nuevos seres vivos es un milagro. Que yo saliera de una meningitis, que me llevó a un paro cardíaco a los seis años de edad, fue un milagro. Todo lo natural es un milagro hecho por Dios, aunque Einstein tampoco lo quiso aceptar. Los que esperan un acontecimiento inequívoco de la intervención de dios, un milagro objetivo, lo encontrarán en cualquier sitio en el que miren. Los que, hinchados de soberbia, no quieran verlo, nunca lo verán, pues dios es perfectamente  libre y habla cuando quiere, y guarda silencio cuando lo cree conveniente.

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