El Marrubial, hoy en obras, es
desde siempre una de las zonas más abandonadas desde el punto de vista
urbanístico de Córdoba. Las intervenciones que se han realizado en ella
siempre han sido escasas, insuficientes, y mal hechas. Veremos si las molestias
que nos están causando estas últimas obras al fin sirven de algo.
La Ronda del Marrubial y la
muralla del Marrubial deben sus nombres a los marrubios, una hierba perenne que antaño abundaba por el lugar.
Algunos dicen que tales marrubios, además de por sus propiedades medicinales,
sirvieron para neutralizar la pestilencia a carne quemada que impregnaba el
aire cuando los supuestos herejes eran allí quemados vivos por la Inquisición.
Allí sucedió el capítulo más cruel de la historia de la Inquisición.
Después de que Córdoba fuera
(re)conquistada por Castilla en el siglo XIII, la Iglesia Católica fue ganando
peso específico y poder. En el siglo XV se funda la Inquisición española, y
luego se irían fundando otras inquisiciones por toda Europa. A pesar de la
Leyenda Negra, la Inquisición española no mató a más gente que las otras
inquisiciones europeas. Durante la mayor
parte de su existencia, la inquisición en Córdoba no ajustició a muchas
personas, y generalmente se solía limitar a examinar a gente sospechosa de
herejía y a recomendarle que cambiara de ideas y rezara. Sin embargo, durante
el tiempo en que el inquisidor jefe de Córdoba fue Diego Rodríguez Lucero la crueldad y el fanatismo fueron
dominantes. Diego Rodríguez era natural de Moguer (Huelva), y su nombramiento
en Córdoba fue promovido por el arzobispo de Sevilla. El nuevo inquisidor,
sacerdote, bachiller, y teólogo, se instaló en el número siete de la calle de
La Encarnación, y desde el primer momento estuvo enfrentado con los cordobeses.
Parece que este tipo no se llevaba bien con nadie, imponiendo sus criterios de
forma autoritaria sobre las costumbres de los cordobeses y satisfaciéndose en
mandar a torturar a quien él creía conveniente. Los cordobeses, tanto el pueblo
llano como los personajes pudientes, empezaron a quejarse de él, incluso
apelando al Papa. Pero no sirvió de nada, y hasta el mismo rey lo ratificó en
su cargo. El tal Diego fue varias veces perseguido y apedreado por las calles
de Córdoba, pero no aceptó la invitación a fritura esparraguil. Lejos de amedrentarse y rectificar, el
inquisidor de Córdoba, cual brava bestia herida, se enfrentó aún más a los
cordobeses, le cogió gusto al churrasco cordobés , y llegó a quemar vivos en
Córdoba a un total de unos trescientos desgraciados que cayeron en sus manos, la
mayoría acusados de judeizantes. El día que más se esmeró en su loco trabajo,
un centenar de cuerpos ardieron en una sola jornada del año 1504; algo nunca
visto antes, ni después. Hartos de tal
monstruo, y abandonados a su suerte por los poderes (esto habrá de ser una
tradición que perdura hasta el siglo XXI), los cordobeses en su totalidad se
levantaron contra él y tomaron a la fuerza los Reales Alcázares, donde tenía su
sede el Santo Oficio local. Varios centenares de presos fueron liberados, pero
el infame inquisidor pudo escapar a lomos de una mula. Fue
tan grande el escándalo que montó el pueblo cordobés, que hasta la mismísima
Inquisición Española fue examinada por las autoridades. Sin embargo, el inquisidor huido pudo vivir el resto de su
vida en Sevilla sin problemas, bajo la protección de su amigo arzobispo, aunque
nunca más pudo regresar a la capital califal. Así, Córdoba contribuyó a apaciguar
los excesos religiosos. Y es que el
espíritu cordobés es apacible, pero no tonto, y escudarse en cierta autoridad
para cometer abusos no se tolera.
Curiosamente, una de las personas
que fue examinada posteriormente por el tribunal cordobés del Santo Oficio fue Santa Teresa de Jesús, en 1574,
sospechosa por ser nieta de judíos conversos. No sabemos qué hubiera sido de la
santa y escritora, si previamente la sublevación del año 1506 no hubiera
servido de seria advertencia. La santa fundó las carmelitas, y casi
simultáneamente San Juan de la Cruz fundó la orden de los carmelitas. El primer
convento de carmelitas en Córdoba fue fundado por San Juan de la Cruz en 1586,
en la ermita de San Roque, que se abandonó en 1613, construyéndose el Convento
de San José, conocido como de San Cayetano, que no está muy lejos de la Ronda
del Marrubial. En el siglo XX durante la segunda república, la sabiduría
popular cordobesa daba un toquecito de atención a los frailes, con la siguiente
canción:
Mocitas y niñas ponerse la mano
que vienen los frailes de San Cayetano…
que vienen los frailes de San Cayetano…
Significativamente, en Córdoba,
después de la batalla de Alcolea, se optó por no abrir las puertas de la
muralla a las tropas napoleónicas, al contrario de lo que hicieron los sevillanos,
y bien caro que lo pagaron los cordobeses. Los franceses no respetaron nada ni
a nadie, ni mucho menos las iglesias, pues esa guerra fue también de laicistas
contra católicos.
Actualmente junto a la muralla
del Marrubial está el comedor social de la parroquia de Nuestra Señora de
Gracia (los trinitarios). Son muchos los buenos paisanos del barrio que ayudan
a sostener dicho comedor, económicamente y con sus propias manos. Muchos de los
allí atendidos provienen de fuera. En las inmediaciones de la parroquia,
algunos de los necesitados se agrupan en las horas en que el comedor no está
abierto, y no todos ellos tienen buenas intenciones permanentemente. La gente
por aquí mayoritariamente son buenos cristianos, y han aceptado bien a la gente
necesitada que ha llegado de otros países.
Los cordobeses, al contrario de
lo que dice cierto refrán, son gente de bien, pero cuando están realmente
hartos, están dispuestos a llevarse por delante lo que haga falta o perecer en
el intento. Córdoba es sabia, y lo es con una clase de sabiduría que muchos no
son ni tan siquiera capaces de entender. Por aquí han pasado todo tipo de
civilizaciones, y de ellas hemos aprendido de todo, pero escogiendo asimilar lo
mejor de cada uno. De aquí salieron, y se quedaron para siempre, Abderramán
III, Maimónides, Séneca, Averroes, Gonzalo Fernández de Córdoba y Góngora. Así
que lecciones aquí, las justas.

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