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Navidad, el Dios-Hombre y el Hombre-Dios


En la Navidad celebramos el nacimiento de Jesús, que para los cristianos es Dios hecho hombre. Dios da al ser humano cuerpo y espíritu y lo coloca en el centro de la Creación, asemejándose en cierta manera a Dios; pero Dios escoge ser también humano, con un cuerpo humano, y esto lo cambia absolutamente todo. A pesar de lo que dicen algunas modas actuales, el Hombre NO es un ser vivo como los otros, ni muchísimo menos, sino que es el ser escogido por Dios, y el mismo Dios también tiene naturaleza humana en la forma de Jesucristo.

Si la composición química, las moléculas y la genética del ser humano no tienen nada de particular respecto a la de otros seres vivos, lo sorprendente es que, a pesar de ello, seamos en la práctica tan diferentes a los otros animales. Vemos algunas pocas diferencias:

·         El Hombre no tiene garras poderosas como el león, sino que sus manos están hechas para coger objetos, construir, tocar y acariciar. Construir armas, o pintar un cuadro. Tocar un instrumento musical, la mano de tu hijo, o para torturar.

·         No tiene una boca terrible como la del lobo, sino una boca para hablar y cantar. Para hablar y cantar alabanzas a Dios, o blasfemias. Para pregonar el amor, o el odio.

·         La piel del oso es resistente y cubierta de pelo, mientras que la del Hombre es suave y fina, y está hecha para sentir y acariciar.

·         Al contrario que el caballo, no tenemos capacidad de desplazarnos con soltura poco después de nacer, sino que necesitamos un año para aprender a andar, un año en que se crean vínculos familiares y dependencias afectivas.

·         El ser humano puede escoger lo que hace, tiene VOLUNTAD y LIBERTAD, y todo ello no lo tiene desarrollado ningún otro animal. Voluntad para hacer el bien a otros, o para usarlos de pedestal en nuestro beneficio material. Libertad para escoger buscar a Dios, o darle la espalda.

El ser humano está hecho de una “naturaleza” tal que sirve para poder amarse unos a otros y a Dios, y eso sólo puede hacerse en verdad si se escoge hacerlo libremente. Pero esa libertad tiene un precio. El precio de sufrir por la maldad de los otros, el precio de sufrir por saber que no estamos aún en plenitud con Dios. El precio de saber que incluso podemos escoger dañar a otros y al mismo Jesucristo.

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